Queda la música

Geometría de la palabra y exquisita matemática del lenguaje crean en escala musical y compás de tres por cuatro, una sinfonía intimista, un canto de amor y ausencia. Nada más solitario que el acto amoroso, que el deseo hiriente abierto como una llaga por la distancia, sea ésta temporal o no pero siempre lejanísima. Queda la música es un monólogo a dos voces, un dúo con memoria de anhelos. René Rodríguez Soriano creador espacial de los sentidos, de la sensualidad del anhelo, construye la historia de nuestros deseos, a borbotones, con la coherencia de quien sabe bien lo que precisa, y la incoherencia del enamorado para quien sólo existe el otro. Quizás lo que refleja su escritura es demasiado íntimo y Rodríguez Soriano demasiado tímido para exponer abiertamente que esta historia es algo suyo, propio, y demasiado inteligente para no adjudicársela y poner distanciamiento entre la compleja creatividad, memoria y sabiduría del que profundiza en los recovecos de la mente. Y encuentra, entonces, a los culpables del tapiz donde teje la trama vital: sus dedos. Culpa, pues, a sus dedos, como si fueran algo al margen de sus neuronas, traviesos e independientes para escribir cuanto desean, con la soledad como circular eje narrativo, espejo de dos caras reflejando la memoria de un hombre y una mujer, con su inmediato pasado y su proyección futura. Y la música enhebra esos hilos que los dedos de René extraen palabra a palabra de la observación del hombre gozosamente obligado a escribir por esos flexibles apéndices, siervos de una mente privilegiada, esclavos de una sensualidad irredenta, compañeros-cómplices de una ironía inocentemente (¿?) sutil.